El Tribunal Constitucional, en este inicio de septiembre de 2009, al fin parece que se ha decidido a opinar sobre el Estatuto de Cataluña. Y las filtraciones dan como seguro que su sentencia será que el Estatuto es constitucional, pese a violar la Constitución en varios puntos. Eso es como decir que cortarse una mano con un hacha es en realidad un motivo de salud.

Sin embargo, ante el empate de votos en el que están, la presidenta del Tribunal no quiere que sea su voto de calidad, por supuesto favorable a las tesis del gobierno, el que decida la cuestión. Ni siquiera le vale que salga con seis votos a favor del gobierno y cuatro en contra. Quiere que salga con siete a tres.

¡Claro! Figurar en los libros de historia como la persona que hizo posible la desmembración de España es muy duro, aunque sea real. Por eso es preferible que algunos de los que opinan que no, además de perder, pongan la cama.

A lo largo de la historia de España insensateces parecidas ha habido bastantes. En las anteriores no había nada que decir, porque la gente no contaba para nada. Ahora podría pensarse que es distinto, pero en realidad es exactamente lo mismo. Sólo queda el recursote de “ajo y agua”, que dice Monsieur Sans-Foy (Ajo y agua-2 septiembre).

Y es lo mismo porque el ciudadano no cuenta para nada en un sistema en el que los partidos políticos, que teóricamente le representan, se limitan a presentarle unas listas cerradas confeccionadas con los fieles –o los que no se mueven y salen en la foto, que decía Alfonso Guerra- y tienen como único objetivo la consecución del poder y el mantenimiento en éste a costa de lo que sea. Luego, con una ley de Educación adecuada que fomente el nihilismo y un poco de tiempo para cristalizar, más algunas demagogias oportunistas, el ciudadano llega al siguiente periodo de cuatro años, único momento en que se le permite opinar, vota las listas de “fideles”, y se acabó. Si no vota, no existe. Y si vota nunca va a tener garantizado que sea la mayoría la que regirá los destinos de su país, porque éste está en manos de los partidos minoritarios, que pueden chantajear al partido gobernante con hacerle perder la ilusión de su vida: el poder. Ayer dijo Rubalcaba que la Constitución debe adaptarse al Estatuto Catalán y, si hacía falta, ser modificada. El todo es regido por la parte. La minoría pasa sobre la mayoría.

Es la “Demodura” (democracia = dictadura para cuatro años)

Sobre la partitocracia es interesante el artículo de José María Carrascal en ABC hoy jueves 3 de septiembre (Partitocracia). Ya, ya sé que para algunos citar a Carrascal es como nombrarle la bicha. No van más allá. Sólo consultan la lista de libros prohibidos, como en los Índices inquisitoriales, y con eso se sienten satisfechos y atacan. Pero esto que escribo no va para “fideles”, va para hombres libres que buscan la verdad

Es en la no existencia del que se abstiene donde se ve más clara la caradura de los políticos.

En el referéndum sobre el Estatuto catalán, como en cualquier otra consulta, había dos opciones: aceptarlo o rechazarlo. El 51 % de los votantes se abstuvo. En una democracia como debe ser, habría ganado la abstención. Es decir, había más ciudadanos a los que no les interesa el Estatuto que ciudadanos a los que sí. Pero ese pequeño detalle es obviado por los políticos, que hablan de una aceptación del 73 %, dejando de existir para ellos los que no votaron. Es el cinismo escatológico que considera la abstención como un resfriado, no como una enfermedad mortal.

Profundizando en el tema puede irse aún más lejos. Hubo 2.630.162 ciudadanos que se abstuvieron. 135.998 que -para no dejar de existir- ejercieron su derecho al voto pero lo hicieron en blanco. Y 528.472 votaron que no. Nos da un total de 3.294.632 ciudadanos a los que les traía al pairo el Estatuto, frente a 1.881.765 que lo aceptaban. ¿Dónde está la mayoría? ¿No es cinismo hablar de la amplia aceptación del Estatuto?

¿Recurso del ciudadano frente a esto? Lo decía al principio: ajo y agua. En la DEMODURA no hay otra opción.

-AELPON-Alfredo Vílchez

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