Este domingo, 13 de enero de 2013, leo en los periódicos que Federico Mayor Zaragoza ha apoyado la marcha a favor de los presos etarras celebrada ayer en Bilbao. Y lo hago al mismo tiempo que leo también que el etarra Bolinaga, con el que se ha vuelto a escenificar la farsa de la enfermedad incurable para enviarlo a casa, reconoce que causó daño y dolor, pero que no se arrepiente de nada. Podríamos citar otros muchos casos semejantes, como todo el mundo sabe, pero sirva éste para expresar el desconcierto de que personajes así tengan el apoyo de quien dice hablar siempre de la paz. Pernando Barrena y otros célebres proetarras se han dado buena prisa en destacar el apoyo de Mayor a su marcha. Pero Mayor Zaragoza habla en su video con sus habitualmente ambiguas palabras buenistas, como si de inocentes atropellados se tratara.

¿Se podrían aplicar esas palabras a quien -por utilizar el personaje arriba mencionado- mantuvo angustiado a Ortega Lara durante más de 500 días embutido en un agujero poco mayor que su cuerpo y sin esperanza de liberación? ¿Pensaría el etarra bolinaga en los derechos humanos de quien, día a día, minuto a minuto, sufría enterrado en vida? Y esto sin citar sus irreversibles asesinatos.

Reflexión es lo que debería haber hecho Mayor Zaragoza antes de emplear sus juegos de palabras ambivalentes para apoyar la liberación o el beneficio para asesinos que no han hecho lo propio con sus víctimas ni se arrepienten de ello, haciendo bueno aquello de que si matas o torturas a una persona te llaman criminal, si lo haces con mil, algunos te llamarán héroe e incluso apoyarán que salgas de la cárcel en base a los derechos humanos.

Y, ya puestos, he buscado cosas sobre don Federico, enterándome de lo que recibe en subvenciones la fundación «Cultura de paz» que preside, o de cómo consiguió ser nombrado rector de la Universidad de Granada. «Sapientis est mutare consilium» (es propio del sabio cambiar de opinión), que decían los romanos, pero esto más que «mutare consilium» parece simple adaptación a lo que venga para estar siempre en el candelero.

Y a veces, como ahora, eso da un cierto asquito.