Hace ya varios días que en Telemadrid no es posible ver ni los informativos ni los espacios de opinión, porque están en huelga. He procurado enterarme, y parece ser que la empresa está pensando hacer un ERE, y de ahí la huelga. Hasta aquí, todo más o menos normal. Pero lo que me choca es que, precisamente, sean los informativos y los espacios de opinión lo que no dejan ver. El resto de programas, sí. Y eso ya me suena más a planeamiento político que laboral. Como la riada de huelgas que padecemos últimamente.

¿Qué ocurriría si un sindicato independiente (¿es eso posible?) bloqueara los informativos de una cadena afín a la izquierda?  «¡Anatema! ¡Ataque a la libertad de expresión! ¡Se les ve su fondo fascista y totalitario!», etc. Pero cuando el silenciar al disconforme lo hace la izquierda, ni una voz se alza, nadie expresa su contrariedad, a nadie se le ocurre que la esencia de la libertad es que todas las voces se oigan, incluso las que no convienen.

Muchas veces he oído en labios izquierdistas frases del sentido de la siguiente «daría mi vida por la libertad aunque la usaras para atacarme». O algo así. No recuerdo la textualidad, pero querían decir eso. Y esas frases las utilizan en los grandes momentos, en las grandes declaraciones, pero se olvidan de su significado en la vida diaria. De muestra, lo que acabo de comentar.

Esa libertad de embudo, esa paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio es una constante de la izquierda.

Cuando un piquete, desde la central, activa el freno de emergencia de un convoy del Metro dejando a ochenta personas detenidas durante más de una hora en un túnel, envueltas en la angustia del por qué y en el miedo de que otro vagón les embista ¿alguien ha levantado la voz para que esos salvajes sean juzgados? Ninguno de los esforzados progresistas ha considerado esto como algo importante. Otra cosa sería si les hubiera ocurrido a ellos.

Durante la pasada huelga general me causaron especial indignación dos vídeos que aparecieron en TV. En uno de ellos (que no he podido localizar en «youtube») un belicoso huelguista, sin duda defensor de la libertad, golpeaba violentamente la mesa donde dos mujeres tomaban café; una de ellas se vuelve ante los golpes, y otra esforzada huelguista defensora de la libertad aprovecha para derramarle por el otro lado el café sobre la ropa (tapándose la cara, eso sí).  En otro video, un escandaloso huelguista, también defensor de la libertad, da con su silbato un concierto de pitidos a escasos centímetros del oído de otro cliente de una cafetería (usted, lector ¿lo aguantaría?); la víctima lo manda a freír espárragos y el «concertista», ofendido, le da un cogotazo por detrás. , y encima dicen que son ellos los agredidos. Por cierto, en uno de los comentarios un alumno identifica al agresor como su profesor de lengua. Sin duda será de los que también «lucharán» por una mejor educación.

Ahora, la Sanidad en Madrid está revolucionada porque se va a privatizar su gestión. ¿por qué no lo hace en Andalucía, que tiene ya 17 hospitales «concertados», que es el término que utilizan para que no aparezca la palabra «privatizar»?  No entro a fondo en la cuestión sanitaria, porque no es el objetivo de estas líneas (aunque algo tendrá que ver el derroche con, por ejemplo, las sábanas que envuelven los centros por dentro y por fuera con letreros), pero tampoco quiero dejar de reflejar que un médico conocido anda por ahí diciendo que la sanidad privada va a utilizar agujas para transfusiones o análisis de sangre que, al retirarlas, van a arrancar parte de la piel del paciente. ¿Eso no es manipular? Primero, porque no está probado, al no ser realidad aún, y segundo porque, por la misma razón, sólo se puede contradecir con opiniones. A mi me han operado recientemente en una clínica privada (en la pública me daban plazo de tres meses) y no me ha salpicado la sangre a la cara.

Como digo, nada de esto es nuevo. La izquierda se permite atribuirse todo lo bueno y etiquetar ella misma a los contrarios. Ya lo dijo hace mucho tiempo el ínclito Alfonso Guerra, cuando le preguntaron que era el socialismo, a lo que respondió: «todo lo bueno del mundo es socialista«. Así. Sin resquicios. Sin opciones para los demás. Y lo peor es que esos demás se conforman y aceptan las denominaciones que la izquierda asigna, o les sirven de apoyo, como cuando alguien de buena fe, en vez de opinar que los saboteadores deberían estar en la cárcel o que el «concertista» del coscorrón se merece una buena bofetada en defensa propia, pasan a comentar simplemente que en realidad las huelgas no sirven de nada porque «estos» no van a hacer caso.

El proceso mental de la izquierda es el siguiente:

A) un «progresista» concibe una idea descabellada, y, si puede, la pone en práctica (como los planes de educación que trajo el tal Maravall). Los sensatos le dicen que es imposible, o incluso que es una estupidez. Él responde que son unos fascistas, unos habitantes de la caverna profunda y otras lindezas.

B) El «progresista» que concibe y puede, pone en práctica la idea descabellada y le saca a todo el mundo una enorme cantidad de dinero para su realización, dando como daño colateral sin importancia los despilfarros que se producen en su aplicación. También hay mangoneos, pero como es por el bien del pueblo, no se habla de ellos. Mientras tanto, los no progresistas protestan por el dinero y por la inutilidad, pero nadie les hace caso.

C) La realidad acaba imponiéndose, y la carísima e inmadura aventura se muestra, inapelablemente, como un fracaso total y un expolio gigantesco. Pero el «progresista» opina que lo que valía era la intención, y que, como ésta era buena, todo está justificado y el progresismo sigue siendo el único elemento válido para la vida. No importa que los no progresistas llevaran razón desde el principio, y que, haciéndoles caso, se hubiera ahorrado mucho tiempo y dinero. Lo que vale es la intención.

Y siguen adelante respetando la libertad de opinión como los de Telemadrid y la libertad de acción como los cafres antes citados. Los demás, siempre a callar, que, por otro lado, lo saben hacer muy bien.

Por cierto, hablando de «progresismo» me viene a la mente «feminismo», y con ello, la palabra «mujer», y me acuerdo de la juez que instruye el caso de los EREs de Andalucía: Mercedes Alaya. ¡Cuanta presión está teniendo que soportar de los «progresistas» andaluces!. ¿Para cuando un homenaje de las feministas a esta joven y valiente mujer?

Alfredo Vílchez