Oigo en el telediario y leo en la prensa que la llamada gripe A ha causado ya 700 muertos y afectado a unas 100.000 personas en todo el mundo. Los gritos de alarma resuenan por los rincones de las agencias de noticias, y, como resultado, la gente se preocupa por la pandemia.
Sin embargo, por citar sólo dos ejemplos próximos, anualmente hay los mismos o más afectados por la gripe normal, y en la carretera mueren muchas más personas (sin contar los heridos, de los que no se habla).
Una buena demostración de como la cascada mediática va haciendo rugir un caudal que, en realidad, sólo es un chorrito.
Porque hay enfermedades mucho más trágicas en el mundo, aunque no afecten a los países desarrollados y a los turistas que se expanden desde ellos.
No hay más que asomarse a la web de Médicos sin Fronteras (http://www.msf.es/) para ver que el chagas, la enfermedad provocada por el parásito Tripanosoma Cruzi y transmitida por una chinche, afecta a 13 MILLONES de personas sólo en Iberoamérica y mueren por su causa unos 15.000 al año. Algo más que la renombrada gripe A ¿verdad? aunque nadie hable de ello.
En la misma web escriben sobre la meningitis en el África subsahariana, con 2.000 muertos por año y 62.000 casos declarados únicamente en la zona que cubren Médicos sin Fronteras. O sobre la epidemis de cólera en Zambia, o sobre los problemas mundiales con la tuberculosis.
De por sí, la llamada pandemia de gripe A ya tuvo un comienzo sospechoso, iniciándose de la nada y teniendo una vacuna preparada a los pocos días, cosa que, por ejemplo, con el chagas no han conseguido en cien años. Luego, el circo periodístico se encarga de alarmar a los países desarrollados, que son los que pueden pagar los millones de vacunas que harán falta para prevenir, que no para curar. Y el chagas, la meningitis o la tuberculosis sólo encuentran alguna vocecita de vez en cuando, que se pierde entre el desmesurado y aparatoso resonar de las páginas de los periódicos y el enriquecimiento subsiguiente de las farmacéuticas.
Son cosas que deben hacer pensar en términos solidarios, por supuesto, pero también reflexionar sobre qué posibilidades tenemos de ser libres si la información necesaria para ello responde sólo a un montaje que unos cuantos manejan y otros expanden sin la menor ponderación.