El periódico segoviano El Norte de Castilla publicó el jueves, 10 de enero, dos noticias que no me resisto a comentar.
La primera, referente a la escultura de un diablillo, fauno o similar realizada por José Antonio Abellá y donada por el autor a la ciudad.
Va ser colocada en el pretil de una cuesta urbana desde donde se domina el acueducto, y el diablillo lleva dos cosas: unas tenazas sujetando un sillar como los del acueducto (en alusión a la leyenda segoviana de que el diablo lo construyó en un día y una noche), y un móvil con el que se está haciendo un “selfie” con el acueducto de fondo.
Pero la noticia se produce porque más de dos mil personas pidieron al Ayuntamiento que no se colocara la estatua porque ofendía sus creencias religiosas, y, ante la negativa del consistorio, han presentado una denuncia ante un juez.
A mi, particularmente, el conflicto me parece absurdo, porque una leyenda es una leyenda solamente. Pero hay una vertiente que me inclina al comentario: la desigualdad de trato de unas creencias y otras.
¿A que la alcaldesa no se atrevería a colocar una estatua relacionada con la religión musulmana si uno o dos de estos creyentes pensaran que les ofendía? ¡A que no!
La excusa sería entonces que no se puede ofender la sensibilidad religiosa, pero la realidad es que se les tiene miedo, porque hay demasiados “radicales libres” en esa religión que pueden dar un disgusto cualquier día. Con los católicos, aunque sean más de dos mil, no hay problema. Aguantan lo que les hagan, y, si no lo hacen, siempre se les puede decir que su credo no se lo permite, y, por tanto, si son violentos, no son católicos.
La cuestión, pues, está en eso, en el ejercicio de la violencia.
Y ello me lleva a comentar la segunda noticia: los colectivos antifascistas y feministas segovianos, que deben ser seis o siete y un perro (lo menos cien, dice el periódico el día 13), no querían que ese 10 de enero se celebrara en esta ciudad un acto de Vox, en perfecta demostración de su concepto progresista de la libertad de expresión y de la democracia. Para ello, “urgieron” al hotel donde se celebraría el acto a que no facilite sus locales, por la “peligrosidad” de los convocantes. Y apoyaron la “exhortación” con una amplia pintada de la fachada del edificio en cuestión, porque toda la ciudad debe saber lo que piensan, y qué mejor manera que dejarlo escrito… en las paredes de los demás.
Peligrosidad por peligrosidad, lo único que fue peligroso para la ciudad y para el hotel fue la actuación de los antifascistas.
Y es precisamente eso de fascistas y antifascistas, lo que también es digno de comentario.
La izquierda ha tenido un enorme éxito con la condensación de todo un anatema en palabras simples como fascista (y su versión aún más fácil: facha) o nazi, de rápida asimilación para las mentes simples que no pierden el tiempo analizando las cosas ni sopesando los argumentos, porque con gritar –lo de gritar es indispensable- cualquiera de los dos vocablos, ya se forma parte de los elegidos y se obtiene la satisfacción de sentirse apoyado por cientos de mentes que también se conforman con eso.
Claro, no le preguntes lo que es el fascismo, porque las respuestas serán dispar-es y, la mayoría de las veces, dispar-atadas. Recuerdo un video en el que una indignadísima feminista, de izquierdas naturalmente, reprendía a un locutor de radio porque había dicho que los nazis eran socialistas. Le preguntaba, con la violencia de un bofetón, de dónde c… había sacado aquello. A lo que el locutor, muerto de risa, le decía: “pues de su nombre, hija: NAZIonal socialismo”. La respuesta se le atragantó a la activista, y colgó el teléfono inmediatamente. No había pensado en ello. Como los de Segovia, supongo.
Alfredo Vílchez