Europa es mucho más que esa oficina urbanita a la que llaman Unión Europea, cueva profunda desde donde, a base de prohibiciones, impedimentos, vetos, condenas, restricciones y represiones, pretenden nada menos que restaurar la Naturaleza.
Pero su Naturaleza, la que les emociona cuando ven desde sus despachos la puesta de sol reflejada en el edificio de enfrente, sólo es naturaleza con minúscula, elucubración, divagación borrosa, argumento para proponer medidas que hagan parecer que las élites piensan, u ocasión para aplaudir esos pensamientos desde la comodidad de unos asientos muy bien pagados.
La UE es, en suma, como un oxímoron institucional, porque sólo produce decisiones contradictorias que, pretendiendo una cosa, consiguen lo contrario.
Ahora pretenden que los europeos no puedan calentarse quemando leña con ese pretexto arriba enunciado: restaurar la Naturaleza.
Argumentan que el quemado de madera contamina la atmósfera. Lo que hay que hacer es sustituirlo por la energía eléctrica producida por placas solares y aerogeneradores que, mediante una extensa red de torres y cables, lleven esa electricidad hasta los confines del universo. Placas, generadores, torres eléctricas y cables han sido, por lo que se ve, parte natural del paisaje del hombre desde sus primeros tiempos, por lo que no se incluyen en la restauración pretendida.
Que todo eso sea absolutamente opuesto a la restauración de una Naturaleza primigenia no es cosa que les quepa en sus razonamientos. El que, además, esos elementos de producción no puedan suministrar toda la energía necesaria, tampoco.
Cuando encienden su calefacción en las ciudades no se le ocurre que, lejos de ellas, hay mucha más población a la que no les llega con facilidad, y deben complementarla con la utilización de recursos naturales que tienen a su alcance: los procedentes de la limpieza de los bosques y los residuos de labores agrícolas.
Claro que, para evitar que quemen esos recursos, han prohibido limpiar los bosques. El fuego controlado de las chimeneas o de las estufas de leña les parece un peligro contaminante que puede extinguir la vida en el planeta. Hay que prohibirlo. El fuego que, sin duda, se producirá en bosques sin limpiar, que tendrá más intensidad que miles de chimeneas, que arrasará muchas más hectáreas de esa naturaleza “restaurada”, y que con frecuencia se cobrará vidas, no les preocupa, porque no pueden prohibirlo, no saben evitarlo, y, además, facilita terrenos para extender placas y aerogeneradores que, como ya sabemos, son elementos naturales.
La restauración de la Naturaleza aplicada a los ríos ha evitado la limpieza de los cauces y provocado la destrucción de presas y azudes que limitan la velocidad del agua y proporcionan regadío para la producción de alimentos. Pero eso no es importante. Que los rizomas de cañas y otras especies se extiendan sin control y provoquen, con su acumulación por las riadas, las obstrucciones que destruyen puentes y ocasionan olas gigantescas, tampoco. Que esas violentas avenidas se lleven vidas humanas, como los incendios, mucho menos.
Lo esencial, lo primordial, lo fundamental, es restaurar la naturaleza primitiva, anterior a su alteración por las labores humanas.
¿Que con su aplicación extrema podríamos volver a los inicios de la humanidad, cuando se pasó del nomadismo al asentamiento agrícola que desbrozaba los bosques? ¡No se les ocurre!
¿Que la restauración del curso originario de los ríos provocaría la destrucción de los cauces urbanos de estos y, como consecuencia, la destrucción de parte de ciudades por las que discurren? ¡Ni se les pasa por la cabeza!
¿Que las mismas ciudades son ya una agresión al medio natural y habría que volver a las aldeas respetuosas? ¡No es algo a considerar!
Lo único fundamental es prohibir, porque así se puede controlar. Y el control es básico para sus megalómanas tendencias totalitarias. Para ello exigen la aceptación de la Agenda 2030; la admisión del falso cambio climático; la sumisión de rebaño al enriquecimiento de las empresas farmacéuticas; el consentimiento a que, con el euro digital, ellos decidan qué deberemos comprar, cuándo y en qué cantidad, e incluso podrán apropiarse de lo que hayamos decidido ahorrar.
No tendrás nada y serás feliz, proclaman los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, pero la felicidad sólo es posible con la relación positiva del pensamiento humano con sus realizaciones, y si esto llegase a ocurrir por una imposición dictatorial, será porque se ha vaciado el cerebro y el ser humano ha dejado de lado su cualidad distintiva: el razonamiento.
Alfredo Vílchez