Cuando algo está bien escrito y refleja claramente unas ideas fundamentales, no es pertinente añadir nada de cosecha propia, sino divulgar sus palabras para que los «poco avisados», que decía mi padre, despierten al aviso.
Es el caso del periodista argentino y conocido divulgador histórico hispanista Patricio Lons, que en parte del capítulo 2 (“Alegato al rey por la defensa de occidente”) del recientemente aparecido libro “Cartas hispanistas al rey de España” (SND editores, 2023), dice (transcribimos sin más):
«El pensamiento débil se encarnó en las nuevas generaciones, y las miniofensivas se convirtieron en las nuevas banderas. Hoy se habla de la “generación de cristal”, material poco adecuado para sostener las luchas que ya tenemos a las puertas de la ciudad.
Escribía Fiódor Dostoievski (1821-1881): “Llegará un día en que la tolerancia será tan intensa, que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles”. Pues parece que ya hemos llegado a ese día. Cuando nos miremos en el espejo ¿cuántos de aquellos valores eternos y fundacionales de nuestro ser veremos reflejados? ¿o sólo proyectaremos una sombra desdibujada y sin color de lo que fueron nuestros mayores?
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Finalmente, (el hombre) entrega pasivamente su libertad a los nuevos carceleros de la Prisión Digital mundial, de la que nos había advertido (¿o programado?) George Orwell en su novela profética “1984”, Aldous Huxley en “Un mundo feliz”, y Ray Bradbury en “Farenheit 451”.
Con este nuevo panorama del alma europea, se inicia el desamparo de nuestra civilización, el invierno demográfico, y la sustitución espiritual y poblacional que llega a Europa desde otros continentes, incluso desde tierras y culturas que se consideran a sí mismas enemigas de Europa, y a esta como una tierra a conquistar, ya sea por la espada o con los vientres de sus mujeres.
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La humanidad se enfrenta a duras pruebas por haber negado su condición natural y sobrenatural. Ya hemos avanzado sobre la inviolabilidad humana inocente, inofensiva e indefensa, convirtiendo vientres maternos en cámaras de muerte para sus propios hijos. Queremos matar a nuestros mayores como si, en ambos casos, pretendiésemos borrar toda memoria y todo legado. Nos cegamos con un frenesí de información que se pone delante de la verdad y la desaparece, quedándonos con datos, pero no con recuerdos, y, sin un ayer que añorar, el futuro nos deja de pertenecer. Solo el hoy, sujeto a un servicio de televisión digital que se encarga de pensar por nosotros.
Cuando hayamos llegado al límite de nuestra soberbia autodestructora, recién en ese momento reaccionaremos».
¿Seguro?