Hace unos días, cuando se supieron los resultados de las elecciones en Andalucía, al día siguiente estaba Pablo Iglesias clamando para que la gente saliera a la calle y anulara con su presencia la decisión de aquellos andaluces que habían decidido votar a Vox, porque “está en juego el futuro y la democracia en España». Sin duda expresaba sus más íntimas convicciones democráticas con este clamor, porque todo el mundo sabe que, si no gana la izquierda, las elecciones no pueden ser válidas. En realidad no hacía más que seguir una línea de memoria histórica que enlazaba con la protesta de Azaña tras la victoria de la derecha en noviembre de 1933, reflejada en una carta al presidente de la República, por entonces Alcalá-Zamora, para que “pusiera el poder en manos de la izquierda antes de que se constituya el Parlamento1 y de él surgiera un gobierno de derechas, que era el que había ganado las elecciones.  Desde luego Azaña no hacía más que aplicar en esta protesta su convicción de que “el constitucionalismo republicano debía interpretarse no como unas reglas fijas con resultados inciertos, sino como una serie de normas partidistas que garantizaban los resultados de antemano2

Ese clamor de Iglesias tuvo su inmediata respuesta entre los progresistas de guardia, siempre preparados para actuar ante una consigna, y ello derivó en altercados destructivos en Cádiz y en ocupación de la plaza del Carmen en Granada, por ejemplo, en clara demostración del valor democrático de sus convicciones.

Cuando no se gana, la gente a la calle.

Como está ocurriendo hoy alrededor del Parlamento andaluz, en una manifestación hostil (eso del escrache no define bien la acción] promovida por grupos feministas y LGTB3 y apoyada por el PSOE incluso fletando autobuses (ABC, EL MUNDO, LA RAZON).  Y es Susana Díaz la que llama a las gentes, la misma Susana Díaz que dice que va a ser un relevo “ejemplar” en el poder, pero que en realidad parece tener la misma nostalgia histórica que Pablo Iglesias, y el mismo respeto por las reglas democráticas.

La ley del embudo como ideología permanente.

Frente a la legalidad que no conviene, el grito callejero y, si llega el caso, la violencia, porque en la comprensión de la violencia también puede aplicarse la ley del embudo. Lo hemos visto con la “violencia pacífica” de los independentistas catalanes; lo vi hace tiempo cuando, en una de las huelgas generales sindicales, daban cogotazos a dos personas que estaban sentadas tomando café, y, cuando una de ellas se levantaba para defenderse, el sindicalista le gritaba en plan chulesco “¿es que me vas a agredir? ¿eh, eh?”.

La omnipresente ley del embudo que digo, y que está perfectamente reflejada en un cartel que cogí de la pared de un barrio madrileño en el que un “progresista democrático y pacífico” apuntaba con una pistola a la cabeza de un joven que saludaba brazo en alto, como se ve en la imagen adjunta.

Analizando el cartel, La violencia del que saludaba con el brazo era dudosa, aunque posible según la opinión de algunos, pero la violencia de la amenaza de la pistola era una absoluta certeza.  Se supone que la violencia será violenta la aplique quien la aplique, pero la ley del embudo dice que sólo es violenta si la aplica aquel al que se señala. Y encima utilizan el concepto de “tolerancia”, cuando debe quedar claro que “intolerante” es el que no tolera. El que no tolera lo que sea.

Pero ya se sabe, la izquierda es portadora de valores eternos e indiscutibles.

 

 

NOTAS

  1. Citado por  Stanley G. Payne en su obra “En Defensa de España
  2. Citado por Stanley G. Payne en su obra «El colapso de la República»
  3. Al principio creía que estas siglas debían ser de algo catalán: Lérida, Gerona, Tarragona y Barcelona