Leyendo un libro cuyo título no le diré por ahora, me encuentro estos párrafos que transcribo literalmente:
“El número cada vez mayor de emigrantes procedentes de… que material y moralmente dependían de él, se convierten en ciudadanos, incorporándose con ello a las listas electorales. De ese modo, el ánimo y la opinión del Consejo habían de inclinarse progresivamente a su favor: todos los cargos pasan a manos de aquellos que muestran una obediencia ciega, y se aleja a los viejos miembros de los puestos de influencia.
Pero pronto esa sistemática infiltración extranjera resulta demasiado obvia. Tarde, demasiado tarde, los demócratas, que han derramado su sangre por la libertad, empiezan a inquietarse. Celebran reuniones secretas. Deliberan sobre cómo se podrían defender los últimos restos de su vieja independencia frente a ese ansia dominadora. En la calle se producen duros enfrentamientos, y finalmente tiene lugar una pelea a brazo partido en la que dos personas son heridas a pedradas.
[Él] sólo estaba esperando un pretexto como ese. Ahora al fin puede llevar a cabo ese golpe de Estado largamente concebido que le asegure la totalidad del poder. Enseguida, la pequeña bronca callejera se hincha hasta convertirse en una «terrible conspiración». De repente los dirigentes del partido, que nada tenían que ver con esa pelea arrabalera, son encarcelados…
Tras una victoria tan completa, tras haber barrido tan radicalmente a sus adversarios, podía haberse mostrado despreocupado. Pero todos sabemos que en todo tiempo y lugar, tras su triunfo, los oligarcas se vuelven siempre más intransigentes. Forma parte de la tragedia de todos los déspotas el que teman aún más al hombre independiente una vez que le han debilitado desde el punto de vista político y le han hecho enmudecer. No les basta que calle, que tenga que callar. El simple hecho de que no diga «sí», de que no les sirva, de que no se humille ante ellos, que no forme parte del rebaño de aduladores y siervos, hace que su existencia, el mero hecho de que aún exista, sea para ellos un motivo de disgusto.”
Hasta aquí el párrafo encontrado, transcrito “ad litteram”, como dije. ¿Les suena? ¿Adivinan a qué personaje se refiere y a qué partido de la oposición? ¿Les recuerda algo, alguna situación o intención?
Pues no. No es ni esa persona, ni ese partido opositor. Es un párrafo de Stefan Zweig en su libro “Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia” (Barcelona, Acantilado, 2006, páginas 206 y 207). El dictador es Calvino (1509-1564), el Consejo es el de la ciudad de Ginebra, los emigrantes son los franceses recién llegados a la ciudad, y el partido de la oposición todos los que no estaban de acuerdo con las ideas y la autoridad omnímoda de Calvino.
Pero podría ser ese que usted se ha imaginado. Todo le encaja, ¿verdad?. Se ve que los tiranos, en ejercicio o en proyecto, son todos iguales.
Autor reciente sobre un tirano del XVI. Veamos ahora la opinión de un autor contemporáneo de Calvino, pero español, católico y miembro de la Escuela de Salamanca: Juan de Mariana, S.I. (que significa “Societas Iesu”, Compañía de Jesús, y no Sistema Internacional), (1536-1624). Juan de Mariana, uno de los pensadores más originales y sólidos de su siglo, profesor en la Universidad de Salamanca y en la de La Sorbona, y conocido y respetado por toda la Europa intelectual de entonces.
Mariana, en su “De Rege et Regis Institutionis” (Rivadeneira, 1854, tomo II, pg. 477) dice: “[el tirano] trastorna toda la república; se apodera de todo sin respeto a las leyes, de cuyo imperio cree estar exento; mira más por sí que por la salud del reino, y condena a sus ciudadanos a vivir una vida miserable agobiados de toda clase de males”.
Y, en la pg. 483 de esa misma edición, Mariana afirma que, en caso de tal tiranía, era disculpable el tiranicidio. Quizá en estos tiempos no haría falta eso, y bastaría con aquello tan castizo de “que le parte un rayo”.
Coincidencias en la descripción de un tirano, por encima de los siglos. Y el que tenga oídos para oír, que oiga.
Por cierto, léanse el libro de Stefan Zweig. Comenzará a dudar también de esa versión oficial extendida de que el protestantismo trajo la libertad a Europa.
Y léanse la obra citada de Juan de Mariana, de la que hay ediciones actuales: “Del Rey y de la Institución Regia”, Planeta, 2018. Verá el pensamiento de un español del XVI y se olvidará de la Leyenda Negra contra España.
Alfredo Vílchez