Enero de 1094.
Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, está cercando Valencia, y le llegan noticias de que las quejas de los musulmanes valencianos han llegado al emir de los almorávides, Yusuf ibn Taxufin, y ha mandado un gran ejército al mando de su mejor general, Abu Beker.
Rodrigo tiene bien en cuenta que es el emir y el ejército que hace ocho años (1086) ha derrotado al rey Alfonso VI de León en Sagrajas, y, además, le llegan noticias de que los valencianos están planeando atacarle por la espalda cuando se inicie la lucha con los almorávides.
Los exploradores avisan de que el ejército almorávide ha sobrepasado la sierra de Benicadiell y la fortaleza de Peña Cadiella, donde él había establecido una guarnición, y se encontraba ya en Játiva, a unos sesenta kilómetros de Valencia.
El Cid duda entre abandonar sus cuarteles en los arrabales de Villanueva y Rayosa y retirarse a posiciones más seguras, o hacer frente al enemigo. Esto último significaba perder cuanto había ganado en los alrededores de la ciudad de Valencia, por lo que, al fin, decide presentar batalla.
Para estorbar en lo posible al numeroso ejército almorávide, manda inundar la vega, desviando el agua de las acequias, y romper todos los puentes sobre el río Guadalaviar, salvo un paso estrecho, en el que habría más posibilidades de defensa.
Mientras llevaban a cabo estos preparativos, le avisan de nuevo que los almorávides habían pasado ya por Alcira, a unos cuarenta kilómetros de Valencia.
Al caer la noche, desde las murallas de Valencia sus habitantes podían ver ya las innumerables hogueras del ejército musulmán, detenido en un lugar llamado Razer (Almusafes), “a unas tres leguas” (unos veinte kilómetros)
Rodrigo tenía ya preparado su mesnada en los dos puntos posibles de avance enemigo, y aguardaba.
Pero esa noche, aún más oscurecida por una tormenta, comenzaron a caer “turbiones torrenciales, y el aguacero se hizo tan imponente que nunca los hombres vieron diluvio como aquel”, dice Menéndez Pidal. Todo el territorio entre el Guadalaviar y Almusafes estaba inundado, y Abu Beker decidió que, en esas condiciones, era imposible avanzar, por lo que levantó el ejército y se retiró. Al amanecer, no había ni rastro del inmenso ejército almorávide.
La “baraka” (suerte) que los musulmanes decían que acompañaba al Cid, había estado con él de nuevo.
Más tarde, cuando Rodrigo murió en 1099, se propagó que aún había ganado una batalla después de muerto.
Dicen que eso no es verdad, pero lo que sí parece verdad es que, en la Valencia de 2024, en otro “turbión como jamás se ha visto”, otro general con “baraka”, Francisco Franco, es posible que haya vencido cincuenta años después de haber muerto.
Alfredo Vílchez