El otro día, me ofrecieron asistir a una sesión del Congreso desde la tribuna del público, ese lugar alto que en los teatros llaman “gallinero”, pero que aquí llaman tribuna porque el gallinero está abajo. Lo digo por el cacareo permanente y la agitación continua como si tuvieran algo que hacer. Aunque en realidad no debo llamarle gallinero porque a pesar de tantas gallinas no encuentro por ningún lado los productos naturales de tal especie.
Visto desde arriba me parece más un coso con algunos toros bravos, que no resultan peligrosos porque está repleto de mansos que los anulan.
Para la función que ejercen, bastaría uno por provincia, con lo cual, además, sería más fácil seguir las indicaciones del mayoral cuando alza la vara para pedir aplausos, y menor el derroche presupuestario con el que sangran a la gente. Ya sé que sonaría menos estruendoso, pero sería igual de efectivo.
Cuando hablo con alguien de esto siempre hay un entendido que me dicen que son necesarios porque hay muchas cosas que hacer. Sin embargo, en las distintas comisiones, por las que también cobran, cada uno de ellos lleva bien sabidas sus instrucciones y no se sientan para buscar lo mejor para los españoles sino el camino del poder del propio grupo. Y cuando llevan al congreso algún técnico independiente, los que le escuchan sólo son los que le han citado, alguno que se ha perdido, y si acaso alguien de los bravos que pretende hacer preguntas juiciosas.
A eso yo le llamo absentismo laboral, porque, incluso cuando hay muchos para aplaudir, no ejercen su función de pensar qué es lo mejor para el pueblo que dicen que representan, sino que, como en un teatro, sólo están atentos a reír las gracias del payaso de turno que nunca contesta a lo que le preguntan, sino que recurre al chascarrillo que siempre lleva en la chistera.
No obstante hay que reconocer que han elegido bien a sus portavoces, porque a algunos de estos se les nota la indigencia mental incluso en la cara.
Por eso, mientras cada uno de los que se sientan en el Congreso no sea representante directo de un grupo de españoles, llámesele circunscripción, provincia, o cualquier otro nombre, más que mirar al coso de los mansos, prefiero estar fuera, en la dehesa de los libres, con la esperanza puesta en la dignidad que da la libertad y no el aplauso.