Dos días después de las elecciones andaluzas puse la radio mientras viajaba en coche. Estaba el programa «Herrera en la onda». Los contertulios disertaban, sapientes, utilizando ese lenguaje ambiguo que da largos rodeos para no llamar a las cosas por su nombre común ni comprometerse demasiado. Uno de ellos habló de que el problema de Andalucía es que había toda una red de elites «extractivas». Con el término quería definir a aquellos que viven irregularmente del presupuesto público, derrochándolo y/o usándolo para su beneficio.
Reflexioné sobre el tema. Debería decir mejor que recapitulé, porque sobre estos asuntos hace mucho tiempo que vengo reflexionando.
Llegué a la conclusión de que yo extendería el término «elites extractivas», y hablaría más bien de «grupos sociales extractivos«, porque, sin ir más lejos de mi corto espacio personal, tengo conocimiento de hechos que justificarían esa extensión a un gran porcentaje de la población andaluza.
Algunos ejemplos:
Hace unos meses viajamos a un pueblo de Córdoba para comprar una moto que vendían por internet. Comprobado su estado, quedamos de acuerdo en el precio, y le dijimos al vendedor que le dábamos una señal y que el resto se lo enviábamos por transferencia cuando tuviera los papeles preparados y hubiera arreglado unos cuantos desperfectos del vehículo. El campesino, porque lo era, se negó en redondo. Con gesto de conspirador nos dijo que no mandáramos nada por el banco, y que el pago lo hiciéramos en mano, porque «… ya saben ustedes«. El hombre estaba dado de alta en el PER, pero trabajaba sus tierras; y tenía otra moto, un coche y un todoterreno. ¡la pobreza, que da mucho de sí! Yo conocía esas prácticas por amigos bancarios, que han visto como a su ventanilla acudían siempre algunos con talones al portador, sin permitir nunca que se ingresasen en cuenta «para que no pudiesen controlarlos«, según decían.
Item más: Recuerdo un alto cargo de una Diputación que, para quedar bien con quienes podían reportarle beneficios personales y estimaba que eran de su cuerda progresista, ofreció a un amigo mío participar en reuniones «de trabajo» en Marbella, con mariscos y señoritas. «Tengo esta tarjeta que me sirve pa tó«, dijo con sonrisa de complicidad.
Sé de otros amigos que han sido amenazados seriamente -ya se sabe que en los pueblos las amenazas son serias siempre- si no firmaban peonadas sin haberlas trabajado. O que han tenido que dejar improductivas las tierras por negarse a pagar en negro para que los trabajadores siguieran con el PER.
Incluso sé de un maestro indignado porque, reprendiendo la inactividad académica de un alumno -aunque sí solía tener «actividad social» con su pareja en clase- le preguntó que, con su actitud, ¿a donde creía que iba a llegar en la vida?. La respuesta fue, más o menos: «si mi papa (con acento figurado en la primera «a») sin hacer ná, gana más que tú ¿pa qué quiero estudiá?»
En mi opinión, esta extensión popular de la inmoralidad social es como el barro después de una riada: una base que lo cubre casi todo sobre la que no se puede construir nada. Por ello prefiero hablar de «grupos sociales extractivos», y no sólo de elites. Y lo peor es que avanza porque no hay castigo para los ejecutantes, y demasiados ejemplos de personajes públicos que justifican su corrupción con pantallas partidistas o guiños gentilicios.
De ello hablaban también en la tertulia rediofónica, refiriéndose a que la juez Alaya ha ordenado la detención, por el asunto de los cursos de formación, de dos delegados de la Junta de Andalucía y otros 14 altos cargos. Esta vez la juez lo ha hecho después de las elecciones. Le echaban en cara que simpre lo hacía antes, más que nada para fastidiar, y ahora le echan en cara precisamente que lo haya hecho después. Lo leí en El País cuando llegué a casa.
Este periódico decía además que se habían otorgado ayudas de más de tres mil millones de euros sin control, para cursos que no se impartieron o que tenían muchos menos alumnos que los justificados. También se refería a que, entre los altos cargos detenidos, estaba Inés Sabalete, de la que hay grabaciones , investigadas por el juez, en las que había «aconsejado» en 2012 a sus subordinados convencer a los beneficiarios de que votasen socialista para no perder sus beneficios. Y es que los caciques de antes compraban los votos con duros, pero lo de ahora lo hacen con subvenciones, subsidios y despachos.
Pero, a lo que voy: 16 altos cargos de la Junta. Y doña Susana sin referirse a ello. Claro que tampoco se ha referido en momento alguno a que su marido formaba parte del entramado de cursos falsos que estaba siendo investigado.
Hay un interesante artículo que habla de todos estos temas con claridad. Algunos de sus lectores le achacan al autor haberlo escrito para favorecer a Podemos. Con la exposición clara y contundente del autor estoy de acuerdo; con las consecuencias y reflexiones finales, no, porque Podemos no solucionaría nada sino que lo empeoraría ¡aún no tienen poder, y ya estan inmersos en verdades a medias, ocultaciones y trampas! Imaginemos si llegan a tenerlo.
Pero de eso escribiré otro día. Hoy termino con dos frases, conocidas al emplear el Bar-ometro (de oidas, claro está): como resumen de lo dicho, aquella de «¿yo voy a votar a otros pa que vengan y me quiten el chollo? ¡andaya, quillo!?«; y para reflejar el ascenso de Podemos, esta otra: «Ya nos han engañado unos. ¡Que nos engañen ahora otros!«.
Todo muy constructivo y convincente, como se ve. Y, si todo eso se sabe en mi limitado entorno… ¡qué no habrá por ahí!. En esta sociedad condicionada por la picaresca, ¿es de extrañar que siempre gane el Régimen?
Hasta otra vez
Alfredo Vílchez