La ONU, sucesora de la Sociedad de Naciones y de su cometido de evitar nuevas guerras mundiales, ha caído en manos de los poderosos globalistas que pretenden crear una tiránica dictadura mundial donde todos les estemos sujetos, pensemos lo que nos dicten y vivamos como nos digan.
Por eso la ONU patrocina la Agenda 2030, cuyos objetivos reales son la eliminación de una buena parte de la población para que el resto sea más manejable en sus ciudades 15 minutos y con el dinero digital, y la sustitución de la capacidad de pensar por el pensamiento único.
Para el genocidio han creado las pandemias, la subordinación de la OMS, el aborto (73 millones/año) y la imposible generación de vida por las uniones homosexuales.
Para la imposición del pensamiento único cuentan con las campañas gubernamentales, la deficiencia en la educación, la colaboración activa de los ya alienados, y la aplicación de leyes injustas que producen detenciones y ceses por oponerse a él. Un asalto en toda regla a lo que nos hace libres, y a lo que nos hace personas. Y en esta línea, en julio de 2013, la ONU ha llegado incluso a sentirse superior a lo más íntimo del hombre, sus creencias religiosas, ¡recomendando a las religiones que impongan la ortodoxia LGBT! Como si el sentir primero de la Humanidad dependiese de los aspirantes a dioses de la ONU y sus interesados colaboradores.
Pero, si todo eso les fallara, tienen una amenaza permanente: el apocalipsis por el Cambio Climático. Y a ello nos dedicaremos ahora, una vez descrito el ambiente general en los párrafos anteriores.
La ONU y sus patro-colaboradores deciden que deben evitar la inicial denominación de “Calentamiento Global” como causa del apocalipsis, porque constatan que no se está produciendo ese calentamiento general, ya que en los años 50 y 60 del siglo XX tuvo lugar un relativo enfriamiento (mientras que los gases de efecto invernadero aumentaban enormemente) y en el siglo XXI, hasta 2008, ocurrió lo mismo. Piensan entonces en llamarlo “Disrupción Climática”, lo que resultaba un poco difícil de entender y pronunciar para el simple al que estaba destinado. Por tanto, deciden que es más adecuado usar “Cambio Climático”, porque es verdad que el clima cambia —siempre ha cambiado— y es más difícil por tanto oponerse a ello. No obstante, parece que la denominación no es suficientemente alarmante, y ahora hablan de “Crisis Climática”. Siempre causada por el hombre y su actividad.
De cualquier forma, la cuestión es que la ONU y su agenda 2030 deciden que existe el cambio/crisis, que es causado por los gases de efecto invernadero, sobre todo el anhídrido carbónico (CO2), que el origen de ese CO2 puede ser natural, pero que piensan que es fundamentalmente resultado de la combustión de combustibles fósiles, y crean en 1988 un organismo dedicado expresamente a ese CO2, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, PICC (o, en inglés IPCC).
Ellos deciden que hay un cambio peligroso, y ellos deciden qué lo está produciendo, y ellos deciden crear un organismo para demostrarlo. Ellos, los políticos, no los científicos, dan la hipótesis como certeza, porque en el PICC la mayoría son representantes políticos (Intergubernamental, dice su nombre). Hay científicos en él, sí, y trabajan en diferentes grupos en distintas partes del mundo, pero sus conclusiones —algunas de las cuales son incluso contrarias al origen antropogénico del calentamiento— no son lo que llegan a la opinión pública, porque lo que se publican son los resúmenes que les interesan a los políticos, y son fundamentalmente dirigidos a otros políticos (los “Summary for Policymakers”), en los que los trabajos sobre el Cambio del Clima se han convertido en trabajos sobre el Cambio Climático, que parece lo mismo pero no lo es. En el primero, Cambio del Clima, el clima es el resultado modificado por agentes externos, sin objetivo fijado; en el segundo, Cambio Climático, el clima es el agente, la causa de un efecto que se identifica con el apocalipsis para la raza humana.
Y es el PICC el que dicta las normas a seguir, las normas que los gobiernos trasladan a sus vasallos (“Summary FOR Policymaker”, recordemos) y que la mayoría simple (dicho sin sentido electoral) de estos aceptan a rajatabla.
Frente al PICC hay otra comunidad científica, CLINTEL, que, como dijimos en el artículo anterior, ha publicado un informe firmado por más de 1500 científicos, dos de ellos premios Nobel, donde se afirma que no existe emergencia climática.
El informe comienza con el siguiente y determinante párrafo; “La ciencia climática debería ser menos política, mientras que las políticas climáticas deberían ser más científicas. En particular, los científicos deben enfatizar que el resultado de sus modelos no es el resultado de la magia: los modelos de computadora están hechos por humanos. Lo que sale depende totalmente de lo que los teóricos y programadores hayan introducido: hipótesis, suposiciones, relaciones, parametrizaciones, restricciones de estabilidad, etc. Desafortunadamente, en la ciencia climática convencional, la mayor parte de esta información no se declara. Creer en el resultado de un modelo climático es creer en lo que han puesto los creadores del modelo”.
Y cada vez hay más voces que critican los modelos empleados, como opina Carlos Madrid Casado, de la Universidad Complutense, y como confirma el danés Bjorn Lomborg, profesor de la universidad de Aarhus (“En frío: la guía del ecologista escéptico para el cambio climático”. Espasa, 2020 ) diciendo que los datos que le proporcionaban los modelos climáticos le parecen manipulaciones denunciables.
También Steven Koonin, catedrático de Física Teórica y ex Subsecretario de Estado para la Ciencia, con Obama, señala que los modelos son inciertos, que dejan fuera parámetros impredecibles, y que, por ejemplo, han sido incapaces de explicar el calentamiento ente los años 1910 y 1940 (“El clima: no toda la culpa es nuestra. Lo que dice la ciencia, lo que no dice y por qué importa”. La Esfera de los Libros, 2023).
En 1998 y en 2009 se publicó la llamada Petición de Oregón, en la que el grupo Panel NO Intergubernamental sobre el Cambio Climático (NIPCC) afirma que: “no hay evidencia científica convincente de que la liberación humana de dióxido de carbono, metano u otros gases de efecto invernadero esté causando o cause, en el futuro previsible, un calentamiento catastrófico de la atmósfera terrestre y alteraciones del clima terrestre. Además, existe evidencia científica sustancial de que los aumentos del dióxido de carbono atmosférico producen muchos efectos beneficiosos sobre los entornos naturales vegetales y animales de la Tierra”. El informe iba firmado por más de 30.000 científicos, de los que unos 9.000 eran doctores.
Como se ve, tampoco es verdad la afirmación de la ONU, la Agenda 2030 y el PICC, de que sus directrices se basan “en el CONSENSO científico”.
Las evidencias científicas contrarias al apocalíptico cambio climático son tan grandes que el nuevo jefe del PICC, Jim Skea, ha rectificado en julio de 2023, y afirma que un aumento de 1’5º en la temperatura no es una amenaza, y que debe abrirse un debate sobre el cambio climático. Es decir, un cambio en las posiciones maximalistas y tajantes del PICC, en favor de lo que siempre ha sido ciencia: la determinación abierta de un posible problema, y la también abierta exposición de teorías a favor y en contra de cada tesis.
La misma NASA publicó el 30 de agosto de 2019 que el cambio climático se produce por los cambios en la órbita solar de la tierra, no por los combustibles fósiles ni por las flatulencias de las vacas. Lo sabía desde 1958, pero dejó que se extendiera la idea del origen antropogénico del calentamiento, con lo que confirma lo que ya había expuesto el astrofísico serbio Milutin Milankovitch, la radiación solar sobre la Tierra varía según la posición y el momento, y es la causa de los cambios climáticos en esta.
Milankovitch estableció que los cambios del clima pueden deberse a la excentricidad de la órbita terrestre (la Eclíptica), que varía cada 100.000 años, y que puede suponer una variación entre un 1% y un 11% en la cantidad de radiación que recibe la Tierra (actualmente está en un 6%); a la oblicuidad o inclinación del eje terrestre, que puede variar de 21’4º a 24’5º en 41.000 años, y que, aunque no cambia la cantidad de radiación que recibe la Tierra, sí varía su distribución sobre la superficie es esta; y a la Precesión, o giro del eje de la Tierra, como el del eje de una peonza, que puede modificar equinocios y solsticios. Un ejemplo: en el hemisferio norte, ahora junio es verano. Dentro de 12.000 años, en el hemisferio norte junio será invierno.
La NASA publicó en la revista “Nature” en 1980 que el sol está emitiendo cada vez más puntos de alta energía (fulguraciones), de lo que se desprende que podría ser otra causa del calentamiento del planeta. Lo ha confirmado en 2010 la sonda (o telescopio, o globo estratosférico) “Sunrise”.
También la NASA advierte que el calentamiento global puede ser causado porque todos los planetas del sistema solar se están calentando. Así lo afirman también los astrofísicos del observatorio Glagstaff (Arizona) Hammel y Locwood, en sus estudios sobre Neptuno.
No debemos olvidar, por otro lado, los efectos de las erupciones volcánicas, que han sido determinantes a lo largo de la historia de la Tierra, y que siguen siéndolo hoy, como ha ocurrido con la más reciente, la del volcán submarino polinesio Hunga Tonga, que, como dijimos en el artículo anterior, en enero de 2022 había lanzado a la estratosfera tal cantidad de vapor de agua que la NASA advertía que podría calentar la atmósfera durante 5 años (también hablábamos de que, sabiendo eso, Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, decidió alarmar más a la población hablando de que dejábamos la era del calentamiento y se entraba en la de la ebullición, lo cual muestra la falta de seriedad científica de tal organización y su intención política).
Lo más probable es que todos estos factores actúen simultáneamente, pero hasta ahora no se ha podido averiguar si han sido estos posibles factores o los gases de efecto invernadero (vapor de agua, dióxido de carbono – CO2– y metano -CH4-), lo que ha provocado los cambios del clima. Además, “los gases de efecto invernadero proporcionan una temperatura media del globo entre los 14 y 15 º (lo que hace posible la vida. Si no, estaríamos a unos -25º bajo cero)» (José Luis Comellas. “Historia de los cambios climáticos”. Rialp, 2021).
Sobre el vapor de agua acabamos de dar noticia de su importancia dos párrafos más arriba. Y, sin embargo, los eco-globalistas no sólo no le dan importancia, sino que ni siquiera lo consideran gas, y mucho menos causa del efecto invernadero.
El CO2 es, en realidad, el gas de la vida, que, sin él, no existiría, y es fundamental para las plantas (que, de día, lo absorben —la fotosíntesis—, desprendiendo oxígeno, y, aunque de noche desprenden también CO2, lo hacen en mucha menor cantidad). Lo absorben también las láminas de agua y, sobre todo, los mares, que forman carbonatos con él, y desprenden el oxígeno sobrante. “Cuando la Tierra se enfría por recibir menos radiación solar (por cualquiera de las causas de cambio del clima planteadas por Milankovitch, o por la colisión de cuerpos externos), el mar admite más CO2 disuelto en sus aguas y retira este gas de la atmósfera, y cuando se calienta por recibir más radiación, cede CO2 a la misma. Esto significa que el CO2 no es la causa sino el efecto, y ese efecto es beneficioso para el mundo vegetal, que constantemente está retirando CO2 de la atmósfera y fijándolo en el suelo” (Juan Antonio de la Rica. “La revolución del CO2. Una farsa para un impuesto”. Homo Legens, 2022). El CO2 está en la atmósfera, actualmente, en una proporción de 300 partes por millón (0’030%) mientras que en la historia terrestre ha oscilado entre 200 y 900 partes por millón. Por lo dicho anteriormente, tampoco debe ignorarse como causa del calentamiento el hecho de que la deforestación del planeta aumenta cada día más, sobre todo en los bosques tropicales, donde los árboles tienen grandes hojas, deforestación que, según datos de la misma ONU, en los cinco primeros años del siglo XXI a afectado a más de 80.000 hectáreas. ¡Y todavía hoy hay iluminados que hablan de la necesidad de talar los bosques…para evitar los incendios!
El metano retiene más la radiación infrarroja que el CO2, y tiene un efecto invernadero 25 veces mayor que el CO2, pero, por ahora, su proporción en la atmósfera es sólo de 2 partes por millón. Se les quiere echar la culpa de su existencia al ganado, vacas y ovejas, pero no hay que olvidar algunas otras cosas. Por un lado, hay muchos animales salvajes herbívoros ¿los matamos a todos? Por otro lado, el peso promedio de una vaca es de 700 kg, nada comparado con un diplodocus, por ejemplo, que rondaba los 20.000 kg, que también era herbívoro, y que se supone que sus flatulencias tendrían la misma composición y la misma proporción a su peso. Y, sin embargo, los dinosaurios existieron durante los 150 millones de años del Mesozoico (Triásico, Jurásico y Cretácico) sin que la vida se extinguiera… hasta que llegó un meteorito (el llamado Evento K-Pg). Y en tercer lugar hay que tener también en cuenta, en defensa del ganado que los globalistas quieren eliminar, que el metano se produce, así mismo, por la descomposición de la materia orgánica en cenagales y turberas, por las plantaciones de arroz (¿las eliminamos?) y por las chimeneas de metano del Ártico que ha descubierto el profesor Igor Semitelov, que dan salida a las enormes bolsas de metano enterradas bajos los fondos marinos (José Luis Comellas, op. cit.)
Pero “de momento, el calentamiento no nos afecta de modo decisivo. Una media mundial de 15° centígrados —o una media de 16 dentro de equis años— puede ser más beneficiosa que perjudicial para la mayor parte de los seres humanos, Naturalmente, según el rincón del planeta donde esté cada uno”. (J. L. Comellas, op. cit).
Frente a todas estas posibilidades científicas del origen el calentamiento global, la ONU, la Agenda 2030, y, hasta ahora, el PICC (veremos si con su nuevo jefe cambia) siguen manteniendo que la causa principal es el CO2 emitido por los humanos en la quema de combustibles fósiles.
Guillaume Sainteny (“El clima que esconde el bosque” — Le climat qui cache la forêt : comment la question climatique occulte les problèmes d’environnement, Paris, Rue de l’échiquier, 2015—) denuncia que, con la obsesión de la emisión del CO2 y el Cambio Climático bajo la presión de las ONG globalistas, no se atienden otros problemas medioambientales que pueden tener peores consecuencias, como la desaparición de especies o la degradación de suelos por erosión, salinización y contaminación química.
Algunos políticos están volviendo a la realidad, como el primer ministro británico Risi Sunak, que ha cambiado de opinión y autorizado la explotación y consiguiente uso de los hidrocarburos del Mar del Norte. Pero no la UE, recalcitrante, que continúa manteniendo la prohibición de los hidrocarburos en el transporte a partir de 2035, pura Agenda 2030 nacida de una decisión política, no científica, como hemos visto antes, porque las emisiones de CO2 por los vehículos de transporte supusieron en 2019 sólo el 15% del total de la UE, y TODAS las emisiones de CO2 de la UE supusieron en 2012 sólo el 8’5% de las mundiales, por lo que las emisiones de los vehículos de gasolina y diésel serían un 1’3% de las globales. ¿De verdad es por el cambio climático por lo que se mantienen los plazos de eliminación de vehículos de combustión? De los vehículos eléctricos, de la contaminación que produce la extracción del litio y cobalto para sus baterías, de la destrucción de CO2 que se produce cuando un coche eléctrico se incendia, y de la larga duración de las baterías inservibles hablaremos en otra ocasión.
Por ahora, límitémonos a constatar que los gobiernos y sus prolongaciones mediáticas subvencionadas, siguiendo los consejos globalistas y apoyándose en las falsas conclusiones del PICC y la ONU que optan por alarmar al personal con anuncios semanales de grandes catástrofes y coloreo de los mapas con tonos de rojo fuego aunque se contradigan ellos mismos, y aunque caigan en el ridículo de poner en un mismo mapa la misma temperatura en rojo y en amarillo, como en la imagen de RTVE.
Además, proliferan los profetas que, tras fallar en sus predicciones, vuelven a hacerlas más adelante, inasequibles al desaliento, como un tal Carlos Duarte, del CSIC, que pronosticó en 2011 que en 2018 se habrían derretido los hielos polares, y, a pesar del “éxito” de su pronóstico, se atreve a decir en 2023 que con las leyes de la física no se juega, y que colocar negacionistas del clima en puestos de responsabilidad es suicida.
Para terminar con el tema, por ahora, acabemos con dos sonrisas, a medias entre la ironía y la tristeza.
La primera, expresada por Juan Antonio de la Rica en la introducción de su libro ya citado “La revolución del CO2, una farsa para un impuesto):
“el cambio del clima, un fenómeno natural, ha pasado a ser una amenaza para la humanidad, amenaza de la que nos van a salvar los ecologistas (que son gente muy noble y al mismo tiempo muy práctica), cobrando un impuesto por producir CO2, con lo que la sociedad producirá menos CO2, lo que a su vez actuará como freno a un desarrollo ecológicamente destructivo. Con menos energía habrá menos fábricas, menos industrias, menos explotaciones mineras, etc. lo cual es magnífico desde un punto de vista ecológico, porque habrá menos contaminación, aunque, por supuesto, también habrá menos trabajo, más miseria, más hambre en el mundo, pero eso no tiene demasiada importancia.
El establecimiento de un impuesto por producir CO2 es una idea genial para la izquierda ecologista y progresista, porque las industrias que lo produzcan en gran cantidad aliviarán sus conciencias asumiendo la penitencia de su pago, y los ecologistas y los gobiernos de izquierdas que los sostienen obtendrán una fabulosa cantidad de dinero, lo que les permitirá aumentar su influencia en la sociedad, y, al mismo tiempo, costear una metódica campaña propagandística para cuyo mantenimiento es necesario comprar la voluntad de miles y miles de periodistas, y garantizar la prosperidad de sus medios. Ese impuesto servirá además para financiar estudios interesados, comprar voluntades, promocionar a los amigos y silenciar a los enemigos. En fin, para hacer todo aquello que los políticos de izquierdas hacen con toda naturalidad en beneficio propio, pero con el dinero de los demás. El único requisito para que todo este fenomenal montaje funcione es que el CO2 sea, efectivamente, un gas contaminante, pero esto también se puede hacer por decreto”. Fin de la cita.
Y una segunda, que me ha llegado por las redes sociales, puesta por un tal MamirRick (@MamirRick), que dice: “Al clima no le pasa nada, pero van a modificarlo para que tú creas que se está modificando, y así poder modificarte a ti lo que necesitan modificarte, para que se modifique el mundo como ellos quieren que se modifique. ¡A ver si así se entiende!”.