Pues sí, tengo una propuesta para la inmigración. Pero, nada más ponerme a escribir, se me ocurre que antes tengo que hablar de un par de cosas.

La primera, relativa precisamente al término en sí. Los que llegan son in-migrantes, es decir, que emigran hacia dentro de nuestro país. Como e-migrantes son los que salen de él. No son migrantes, como gustan de decir los del gobierno, sus votantes ciegos y algunos miembros de la oposición pasmada.

Migrantes son los que se pasan la vida yendo y viniendo, es decir, fundamentalmente los pájaros, las manadas de ñus, las ovejas transhumantes, etc. Migrar, por tanto, es vivir permanentemente entre dos destinos.

Muy distinto a trasladarse a otro lugar para trabajar, vivir allí y adaptarse a otras costumbres. Distinto al cambio permanente, y también distinto a lo que sufrimos en este país, que es una invasión. Silenciosa y silenciada, pero invasión.

Y, precisamente a cuento de esto último que he dicho, está la otra cosa de la que quería hablar previamente: la exaltada euforia de los invasores en cuanto pisan suelo español. ¿Será por alcanzar un lugar de civilización más elevada? No creo que tengan ni el concepto ni la intención. ¿Será por sentirse libres de persecuciones? Tampoco está ni siquiera planteado cuando se les acoge.

Tiene que ser, exclusivamente, por mejorar económicamente. Y me he puesto a buscar en internet cual sería el nivel de vida de esos invasores, pensando que, con un dato, el salario mínimo en sus países, tendría información suficiente.

Y con las cifras logradas me sale la siguiente tabla:

País de origen Salario mínimo (S.M.)   Ingreso Mínimo Vital ESPAÑA: % SOBRE EL S.M. de su país
Marruecos 215 € 565 € 2’6 veces
Túnez 118 € 5 veces
Argelia 127 € 4’3 veces
Libia 99 € 6 veces
Mauritania 73 € 7’5 veces
Senegal 90 € 6 veces
Mali 72 € 7’5 veces
Níger 54 € 10’5 veces

 

A ese IMV que se les da en España, añádanle ropa, comida, atención sanitaria si enferman, la posibilidad de okupar una vivienda sin que puedan echarlos, la posibilidad de apropiarse de lo ajeno sin que les pase nada al menos en las ocho a diez veces primeras (si no en todas), la posibilidad de trabajar unos meses y luego volverse a su país y seguir recibiendo allí el IMV o el S.M. (salario mínimo) español que le hagan ser un potentado, etc, etc.

Y, si deciden quedarse permanentemente, saber que podrán mantener su religión o ideología, e incluso, cuando sean muchos, imponérselas a los naturales que son los que, en realidad (y no el gobierno) les han estado manteniendo y continuarán haciéndolo por entonces.

Un gran panorama… para ellos.

Ofrézcasele a los españoles en otro país el ingreso mínimo vital (IMV) que aquí pueden recibir, multiplicado por cualquiera de los porcentajes de la tabla, y asegúrenles que se lo darán sin contraprestaciones, sin tener que trabajar ni hacer nada, con las ventajas añadidas (obviando, por supuesto, las opciones delictivas antes reflejadas). ¡También se vaciaría España!

Por cierto, entre los obligados contribuyentes a la prosperidad de los invasores están también los enfebrecidos, obcecados, fanáticos y evidentemente ciegos votantes del tirano que ha permitido la invasión, e incluso los de su débil, acomplejado e irresoluto oponente político si llegara a gobernar. Todos ellos sufragan y sufragarán los desvaríos de sus líderes mientras su pensión no les da para llegar a fin de mes, su salario también se lo pone difícil, viven angustiados por si a algún invasor o progresista le pone el ojo a esa segunda vivienda que tantos años les ha costado pagar (y, además, tienen que seguir costeando los gastos del okupa), o temen verse afectado por la violencia de invasores o simples delincuentes, ante la que ni siquiera pueden defenderse sin que se le rompa la vida en una cárcel en la que los delincuentes entran y salen con facilidad, pero que a ellos les significaría un destrozo permanente en la existencia.

Y es por esos sufridores satisfechos, o, simplemente, ciegos, por los que planteo una propuesta que, indudablemente, será aceptada por su alta intensidad progresista.

Ya que, de todas formas, tienen que pagar la invasión y sufrir sus consecuencias, al menos sería bueno proporcionarles una manera de sentirse orgullosos de ese sufrimiento. Me viene a la memoria una frase de un contexto distinto, aquella que dice que los cuernos duelen, pero sirven para comer. No va con el tema, evidentemente, pero es acertada si consideramos la relación sufrimiento/aceptación y beneficio que implica la frasecita.

Por ello, propongo que el gobierno de la nación (ya con minúsculas, claro, por no ofender) o cualquiera de las ONGs que éste utiliza para que le hagan el trabajo, establezcan el CESI (Centro de Españoles Solidaros con la Inmigración) en el que puedan inscribirse todos aquellos —votantes, wokistas o indefinidos— que quieran acoger a un inmigrante en su domicilio habitual, y compartir con él vivienda, costumbres y manutención.

Como incentivo, podrían cobrar el IMV del invasor, salvo un poco para tabaco para él, y podrían satisfacer su ansia colaboracionista, ahora muy frustrada porque todo el mérito se lo lleva el gobierno.

Al estar inscrito en el CESI, podrían acceder a un carné que les identificara como “cesistas”, y con el que les harían una rebaja del dos o tres por ciento en cualquiera de los muchos comercios que han decidido colaborar con la llegada de la totalitaria Agenda 2030.

Además, se podría convocar un concurso anual en el que se premiaría al más “cesista” del país con un viaje con guías nativos de algunas de las naciones de esta España plurinacional y progresista. Por supuesto, con un guía con reconocida inmersión en la antiquísima historia local. ¡Que las fronteras no separen el conocimiento!

Y, a los demás que no concursen, se les podrían ofrecer incentivos como varias entradas al cine una vez o dos en alguna semana, o acceso ilimitado a las fuentes de noticias de las televisiones del gobierno (que ellos pagan, por cierto) o suscripciones gratuitas de los medios periodísticos subvencionados.

Con todos estos alicientes, y la posibilidad de asistir a espectáculos televisivos, en los que los seleccionarían como grandes colaboradores en los innumerables sufrimientos que sin duda les proporcionará el poder que han elegido y mantenido, tendrán que sufrir lo mismo que los demás habitantes no solidarios, pero podrán sentirse orgullosos que haberse implicado en tan progresista tarea.

Y, si no es así, siempre habrá alguien de la ultraderecha al que echarle la culpa. Recuérdese que, tras la certeza actual de los graves efectos secundarios de las inoculaciones —que no vacunas— que tan sumisamente se aceptaron, hay quien dice que los que pensaron un poco y se negaron a ser inoculados, “tienen las manos manchadas de sangre” por no haber convencido a los obedientes que entonces les perseguían y querían su muerte civil.

En esto de decir tonterías, los posibles “cesistas” ya tienen larga experiencia.

Pero, en fin, lo de la propuesta de creación de CESI es lo que quería dejar explícito en este artículo. No hace falta que me lo agradezcan. Me basta con saber que habrá gentes que paguen y sufran, pero que, al menos tendrán la satisfacción de que se les reconozca su solidaridad.

Y los invasores podrán seguir viniendo, porque estoy seguro que los fieles “cesistas” no se conformarán con tener sólo uno en su casa.

Resuelto el problema.