Principios de abril. Fuera de la ciudad, la mirada se pierde en horizontes azules o se enreda entre las gotas de lluvia de una tormenta. Pero, al bajar la vista, en ese lugar inmediato donde ponemos el pie, también está la vida, envolviéndose en el halo casi intangible de una hierba que florece sin estridencias, perdida en la corta distancia que puede hacerla desaparecer en el raro de un caminante.
Por eso me acerqué al suelo y le pedí que me dejara llevarme para todos lo que ella ignora y a nosotros nos admira: su belleza.
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