Hace unos días apareció en un periódico un titular insólito: “Pedro Sánchez asegura que se siente feliz”.

La razón era, y supongo que seguirá siendo, la ruptura de Vox con el PP por aceptar este último seguir la estela de la política de Sánchez de distribución de los llamados “menas”.

Por su pertinaz ceguera, Núñez Feijóo no cae en la cuenta (o lo hace, pero lo oculta por otros fines, lo que sería peor aún) de que a estos cuatrocientos seguirán mil, y luego tres mil, etc, porque para los que vengan serán válidas las mismas razones que para estos de ahora. África se prepara ya para saltar a Europa.

Y ello sólo hablando de menores, porque de adultos en edad militar, soltados en las calles sin control y sin futuro, nadie parece acordarse.

Pero dejemos la inmigración (porque “migrantes”, como los llaman, son sólo los seres vivos que cada año van y vuelven de un lado a otro), y ciñámonos a la semántica de la felicidad de Sánchez y de la ceguera de Feijóo.

Por un lado, si Sánchez está alegre es porque cree no tener enemigo peligroso, de lo que se deduce que al PP de Feijóo lo considera ya suficientemente domesticado como para ejercer sobre él un control efectivo. Por tanto, el enemigo real, al que de verdad teme Sánchez, es Vox, el único  fiel a su ideario. Y no digo “era”, sino que sigue siéndolo. No el PP acomplejado de Casado y de Feijóo, ambivalente de Ayuso, impotente de Cayetana, mentiroso de Almeida, vacuo de Sémper o claramente progresista de Juanma Moreno.

Por otro lado, los peperos y los socialistas se recrean en la satisfacción de la retirada de Vox de los gobiernos autonómicos, por la misma razón que un cerdo cierra los ojos de dicha al revolcarse en un barrizal. Es decir, están tan satisfechos de la explotación para su beneficio de la credulidad de sus votantes, que no se les pasa por la cabeza que su razón de existir sea el servicio al pueblo, y no al revés, y encuentran justificable permanecer en el poder, o aspirar a él, de cualquier forma y con cualquier medio.

Las palabras dignidad y responsabilidad no las utilizan ni en sueños, pero parece que sí andan en el vocabulario de trabajo de Vox. Puede que los votantes despierten algún día y vean dónde está la honorabilidad, la decencia e incluso la grandeza, y la sigan. Algunos ya lo han hecho, antes de esta renuncia de Vox, y la abstención llegó casi al 50% en las pasadas elecciones.

Es la primera vez en la historia democrática de España que un partido renuncia al ejercicio de un gobierno obtenido, por no ajustarse la conducta de sus socios a las ideas básicas que defienden.

Yo veo ahí un camino a seguir. Puede que muchos otros lo vean también, y las cañas se vuelvan lanzas, porque, frente a un ataque despiadado como el de la llamada izquierda, no se puede pensar en una defensa moderada y globalista. Usted, señor Feijóo, me recuerda a aquel personaje del chascarrillo en que un hombre decía: “me enfrenté con él, y le di tantos ojazos en el puño que terminó agotado y con la muñeca deshecha”. De esta historieta me acuerdo siempre que le veo actuar “enérgicamente” frente a la tiranía de Pedro Sánchez.

Menos mal que queda Vox. Y, si la ceguera de la gente no ve lo evidente, al menos se puede recobrar la confianza de que todavía quedan personas que anteponen la dignidad a la ambición de poder, aunque pierdan algunos codiciosos por el camino.

Con menos gente se quedó Gedeón: sólo los que fueran capaces de beber agua con la mano, sin detenerse ¿lo recuerdan? Y terminó venciendo a los madianitas (Jueces 7:4-7)

Alfredo Vílchez Díaz