El ministro de Educación José Ignacio Wert ha elaborado una serie de propuestas educativas importantes, pero sólo se habla de la que obligará a las Comunidades bilingües a pagar la educación en castellano en centros privados a aquellos ciudadanos que lo deseen por no tener opción a ello en centros públicos. Rápidamente los alaridos catalanes no han tardado en dejarse oir. Quienes más avasallan y oprimen son los que aúllan cuando les rozan, por eso era previsible esta reacción, y la encargada de escenificarla ha sido la consejera Rigau, que había acudido, con las de otras regiones, a una reunión con el ministro. Esta walkiria del grito incluso se ha negado a explicarse si debía hacerlo en la sala de prensa del Ministerio, porque tras de ella estaban los símbolos de España. Algunos periodistas -que, como los banqueros, se saltan lo que sea para obtener beneficios- han intentado quitar el escudo, el logotipo del Ministerio y la bandera. Afortunadamente, los servicios ministeriales lo han impedido. La Rigau ha tenido que hacer sus declaraciones en un estrecho pasillo, y eso sí ha molestado a los pobrecitos periodistas, que han tenido que hacer su trabajo con estrecheces.

Otros periodistas de prensa  y contertulios de radio y TV, buenistas permanentes,  han abordado también el mismo tema del grito, con sólo un rincón para referir las otras propuestas educativas del ministro. Lo importante era la cuestión de los alaridos. Y muchos de ellos culpan al ministro Wert por inoportuno.

Durante la legislatura, no era bueno frenar el totalitarismo lingüistico porque podría radicalizar a los tali… catalanes. Antes de las elecciones, porque podría decantar el voto hacia las opciones nacionalistas. Y ahora que las urnas han puesto en una difícil situación al mesías de turno, tampoco es convenientes facilitarles la envoltura en su bandera y la exacerbación de su nacionalismo. Aparte del menosprecio de la inteligencia del ciudadano que esas prudencias significan cabe preguntarse cuándo sería el momento adecuado de hacer cumplir las leyes a quienes se las vienen saltando sistemáticamente.

La situación me recuerda tiempos pasados, en los que, si una mujer era maltratada por su marido, había legión que aconsejaban que lo que debía de hacer la mujer es aguantar, porque si tomaba alguna determinación para impedirlo, podía generar más violencia en el agresor. Ya llegaría la ocasión de que éste se diera cuenta de lo malvado que había sido, y todo se solucionaría. Naturalmente, ese momento no llegaba nunca.

Algo así ocurre permanentemente con los extremismos independentistas, y los buenistas me recuerdan, como digo, a aquellos «legionarios». Ante tanta necedad, se me viene a la mente el final de uno de los recitativos del añorado Pepe da Rosa: «a ver si va a ser verdad… que somos de capirote».