En cada momento de su historia la humanidad ha tenido elementos representativos de sus creencias, de sus aspiraciones, de su carácter. Han sido los símbolos de ese periodo. Algunos de ellos construidos ex profeso. Muchos, aceptados por la costumbre. Otros, surgidos del inconsciente colectivo.

El toro negro que puntea nuestras carreteras fue indultado como tal símbolo.

Ahora, junto a la estación de Atocha, en Madrid, ese inconsciente colectivo lo ha transformado. La fuerza del toro se ha convertido en la mansedumbre del asno. Ciertamente todo un símbolo de la España actual, a la cola de los países desarrollados en cuanto a educación, ahíta de estereotipos vacíos en cuanto a cultura, aferrada a tradiciones brutales que denigran, inmersa en el silencio ante el poder que la ignorancia y el fanatismo inducen.

Quizá, ante el mutismo de unos sindicatos partidistas, gregarios y subvencionados; ante la afonía de los progres de la ceja; ante la ceguera voluntaria de los del No a la Guerra siempre que no sea la guerra de este gobierno; ante la indefinición y cobardía de quienes no se atreven a levantar la voz. Ante eso, repito, probablemente en vez de un asno debían de haber representado una oveja, como lo demostrará el coro de balidos reivindicativos y progresistas que levantará este artículo si lo leen, porque yo no estoy en el poder ni soy del pensamiento único.

En fin, todo un símbolo de una época, como empezábamos diciendo. El inconsciente muchas veces se escapa de entre las manos y aparece de cualquier forma. En este caso, un asno, burro, jumento o pollino, según cada cual. ¡Ah, el signo de los tiempos!

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