Leo en el diccionario de la RAE: “Dictador: Soberano que recibe o se arroga el derecho de gobernar con poderes absolutos y sin someterse a ninguna ley”.

No termino de entender por qué la RAE encabeza el significado con la palabra “soberano”. De todos los dictadores que conozco, actuales o pasados, ninguno era rey. Monarcas absolutos, quizá, en otros tiempos, pero “dictadores”…

Prescindiendo, pues, de la metedura de pata que supone definir como dictador sólo a un soberano o rey, la segunda parte, es decir, el ejercicio de la dictadura, sí está bien definida, y es aplicable, como dije al principio, a todos los dictadores conocidos desde hace cien años, pero también a personajes que ascendieron democráticamente o que se llaman ahora a sí mismos democráticos en la palabra, pero no tienen intención de sujetarse a ninguna ley, y cuya finalidad sólo es la consecución, al precio que sea, de sus delirios personales: Hitler, Musolini, Maduro, Erdogán…

Y mucho de eso hay en un tal Sánchez que dice gobernar esta nación, España, a la no tiene el más mínimo reparo en destruir con tal de “salir en la foto”, que es como el argot moderno define la ambición personal desmedida y el egocentrismo.

A los izquierdosos, mentarles a Franco les pone la carne de gallina y, como ocurre casi siempre, no se paran a pensar. “¡Dictador!”, gritan. Y otras cosas.

Pero dictador es lo que deberían llamar a Sánchez  a la vista de lo que está haciendo al ceder ante los separatistas y a los etarras para mantenerse en un poder para el que no ha sido elegido, tratando de eliminar el Senado porque no le conviene, diciendo hoy una cosa y mañana la contraria sin la más mínima vergüenza, buscando manejar al poder judicial para adaptarlo a sus deseos, pretendiendo gobernar por decreto para saltarse las leyes, planteándose hipotecar a las generaciones venideras con unos presupuestos que hundirán la economía sólo para crear una red clientelar de paniaguados  –como han hecho los socialistas en Andalucía (aunque allí no haya sido precisamente pan y agua lo que se han repartido)- que le garanticen la permanencia, o simplemente utilizando los fondos públicos para viajar por el mundo sin que ningún beneficio para España produzcan estos viajes, que más parecen pensados para proporcionarle el orgasmo personal de sentirse mil veces llamado “presidente” y tratado como tal.

Antes cité a Franco, y ahora me sirve para dos  ejemplos.

El primero de ellos.  Franco sabía que, después de él, la sociedad española iba a ser totalmente distinta, y así se lo dijo al entonces príncipe Juan Carlos en multitud de ocasiones. Para comprobar lo que digo no hay más que leer sobre ello en cualquiera de los libros que se publicaron durante el periodo de la Transición. Y lo sabía porque consiguió elevar el nivel de vida de las gentes, con lo que esas gentes empezaron a tener costumbre de pensar en algo más que en la subsistencia y pudieron hacer esa Transición. Se lo dijo muy claro a Vernon Walters, enviado de Nixon, porque al presidente norteamericano le preocupaba que, a la muerte de Franco, hubiera otra guerra civil. Franco le contestó que no ocurriría “porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno hace cuarenta años”. El embajador pensó que se refería al ejército, pero Franco le contestó. “Las clases medias”. ¿Imaginan ustedes una clarividencia tal en el actual iluminado de la Moncloa, que se esfuerza por cargárselas?

El segundo ejemplo. Está fuera de toda duda que, para cualquier dictador, el hecho de que él o su familia pasen a formar parte de una familia real sería la culminación de sus apetencias. ¡Convertirme en rey! ¡Maravilloso! ¡Crear una dinastía! ¡Fantástico!  Sin duda ese sería el deseo más íntimo de Sánchez: ¡Pedro I el Magnífico! ¡Oh, como suena! ¡Por encima de todo y de todos! Si estuviera en su mano, lo promulgaría por decreto, aunque ya el subconsciente le llevó a buscar un lugar cercano en el protocolo. Y, sin embargo, aquel  a quien llaman dictador sí que tuvo en su mano que su familia formara parte de una estirpe real. Bastaba con que hubiera elegido a Alfonso de Borbón, ya cercano,  en vez de a Juan Carlos. Pero no lo hizo, porque consideraba que la legitimidad debía ser la base de la legalidad de una sociedad pacífica, y porque le importaba España. Al actual okupa de la Moncloa, España, la legalidad y la legitimidad le importan un rábano. Sólo le interesa su persona.

Consideren, pues, volviendo al principio, a qué se acerca más el señor Sánchez.