Hoy es uno de esos días en que me gustaría poner un puesto de castañas asadas en el Sahara, para estar seguro de no ver a nadie «civilizado».

No es por las hazañas de los políticos; que también. Ni por estar indignado por las jubilaciones generosas de quienes entre ellos no han dado un palo al agua nunca; que también. Ni por los sindicalistas que creen que sólo su voz debe oírse y vierten el café sobre los que lo están tomando cuando ellos pasan, golpean a quienes quieren ir a trabajar porque están en su derecho, o intentan justificar el dejar a los padre e hijos sin metro la noche de Reyes o a todo el personal frustrado cuando tiene unos días de vacaciones; que también.

Hoy dudo de la civilización a causa de un juez (ya van demasiados jueces que me hacen pensar lo mismo) y de un periodista.

del joyero atracadoHe tenido noticias de que en el bario de Salamanca de Madrid dos individuos han asaltado una joyería amenazando de muerte a la hija del joyero, y este les ha herido de varios disparos. Naturalmente, el juez ha imputado al joyero por intento de homicidio. Al periodista que da la noticia en El Mundo no le preocupa el atraco sino el resultado de la legítima defensa, porque comienza su artículo diciendo que «un hombre de 30 años ha sido herido», no un atracador; en ese tono discurre todo lo demás, procurando dejar bien claro que ninguno de los dos asaltantes -perdón, hombres-, a los que llama «víctimas», tienen antecedentes policiales (lo que en sí mismo es noticia), y añadiendo un video en el que ni aparece la joyería: sólo los rastros de sangre. Afortunadamente, en otro periódico, Alfonso Ussía pone los puntos sobre las íes en clave de ironía que deja aún más al descubierto la grave injusticia que con sentencias y artículos se cometen.

Para hacerse una idea de lo que debió sentir el joyero (si es que le interesa a alguien) corre por ahí otro video en el que un colega valenciano es maltratado por dos especímenes que, probablemente, tampoco tendrían antecedentes, y podrían haber pasado a ser pobres víctimas de la crueldad del comerciante.

En este país el ciudadano normal, respetuoso con las leyes, está absolutamente desprotegido, porque, si le toca, qyeda a merced del expolio del ladrón, de la agresión del violento y de la sentencia de jueces que parece que se desayunan con yogures caducados. Al respecto recuerdo otro caso en que  un profesor de kárate le dio una paliza a tres asaltantes (sin duda rodeándolos) que habían entrado en su casa, y otro juez de los yogures dijo que en realidad sus manos eran como armas, y le imputó por daños y lesiones.

Pese a los agnósticos, está claro que Dios tiene familia en este mundo: los políticos y los jueces.

Los segundos juzgan, y dicen que la hacen ajustándose a las leyes que hacen los primeros.

Pero unas veces se saltan la ley cuando lo consideran necesario, otrosí (frase documental a la que nunca le he encontrado sentido pero que queda bien para enumeraciones) como en el caso del robo en los supermercados por la Sánchez-Gordillo-Conection (¿que tal, sr. juez, si sus «comprendidos» consideraran necesario llevarse unas cuantas cosas de su casa?), otrosí como en el caso del juez que consideró que el intento de asalto al Congreso no era ni falta leve (¿Que tal, sr. Juez si deciden asaltar la Judicatura o el Tribunal Supremo?), u otrosí como el juez que afea a las fuerzas de seguridad el que defiendan las sedes del PP ante esos exaltados que tienen el móvil en conexión permanente con alguna que otra esfera para protestar espontáneamente siempre que se lo indiquen (¿qué diría vd, señor juez, si fuera la sede de su partido y un ciudadano cualquiera incitara a asaltarla?)

Y otras veces se ajustan estrictamente a ellas aún en contra del sentido común, como en el caso del joyero que nos ocupa, y del karateca arriba citado.

¿Para cuando un ley que apoye la legítima defensa de verdad, señores políticos? ¿Para cuando una interpretación judicial que apoye lo mismo? Si un atracador cree que puede salir malparado dentro de un domicilio o de un negocio a los que pretende robar, se lo pensará algo más. Pero hoy por hoy saben que el ciudadano está atado por la ley que respeta y por la inseguridad de raciocinio de quienes la deben hacer respetar, por lo que lleva todas las de ganar a poco que se ponga algo violento.

De todas formas, y pese a los jueces, habría que reflexionar con aquellos versos andaluces que decían:

 

… porque en esto del querer (sustitúyase el verbo por el adecuado en este caso)
sucede lo que al reñir
es necesario matar
o es necesario morir.
Y el que no es tonto prefiere,
cuando del caso se trata,
al golpe con que se muere
el hierro con que se mata.
Porque al que mata, lo encierran,
pero lo sueltan después.
Y al que se muere, ya ves,
al que se muere… lo entierran.