Hay quien dice que en este mundo de hoy se ha perdido la fe. No estoy de acuerdo. La veo todos los días por la calle.

Porque hace falta fe para cruzar por un paso de peatones mirando el móvil, sin prestar atención a los vehículos de uno y otro sentido.

Porque hace falta fe para conducir a alta velocidad confiando en el mecánico que ha hecho la revisión, sobre todo si se va en moto.

Porque hace falta fe para seguir pagando con tarjeta, con el móvil, con el reloj, o con … cualquier otra cosa que los bancos decidan y al gobierno le interese, sin ver que se está creando una costumbre de la que no se sabrá prescindir cuando ellos decidan qué, cuándo y cómo se podrá utilizar el dinero de cada uno.

Y, hablando del gobierno y de los partidos políticos, hace falta fe para creer que se hace bien aceptando cuanto el líder, jefe, presidente, jerarca, patrón o amo de un partido decide en cualquier momento.

Digo LOS partidos políticos, porque hoy día, con la dirección global de la Agenda 2030 (alguien ha transcrito correctamente ese número: Agenda “Vente y Trinca”) hay pocas posibilidades de diferenciación conceptual. Da igual la izquierda que la derecha.

Desde el origen de los dos términos, usados inicialmente sólo para describir la colocación de diputados de distintas tendencias en las asambleas revolucionarias francesas. Desde entonces, repito, las izquierdas se han arrogado el término para proclamar su alineamiento con lo colectivo, aunque masacraran a la gente desde la cruz gamada o desde la hoz y el martillo, y las derechas se han inclinado por lo individual en su vertiente más codiciosa. Se distinguían ambas claramente.

Pero recientemente las ideologías se han ido convirtiendo en simples etiquetas nostálgicas, y ahí se han mezclado churras con merinas, porque hoy, se elija la opción que se elija, son lo mismo en un alto porcentaje. Lo que buscan es solamente el poder y el deseo de que los vasallos —perdón, ciudadanos— anden lo suficientemente confundidos como para acudir a sus caudillos en busca de una dirección a seguir, y lo suficientemente estrechos de mente como para considerar el pensamiento propio como un trabajo excesivamente fatigoso incompatible con el hedonismo inmediato.

Pido perdón de nuevo. He utilizado hedonismo, un término en el que adentrarse en su significado quizá sea considerado una incitación a la temida reflexión. Rectifico, facilitando el proceso: hedonismo es una actitud vital basada exclusivamente en la búsqueda de placer.

Volvamos a lo nuestro: la difícil distinción de izquierdas y derechas hoy día. Ambas se empeñan en que sus seguidores realicen frecuentemente, cuando no a diario, el acto de fe de creer y asimilar como evangelio laico lo que su paladín les dice, sin querer ver lo que realmente hace.

Ya no importan las acciones, sino la fidelidad a una consigna, el aplauso permanente, la mirada fija en un horizonte lejano cuando a nuestro lado se hacen cosas de claro carácter escatológico (Esto no lo explico. Búsquenlo ustedes).

Sólo así son posibles dos asuntos que han ocurrido recientemente.

Uno de ellos fue ver a la bancada parlamentaria Izquierda y Asociados puesta en pie aplaudiendo enérgicamente la aprobación de la ley SiSi, y, muy poco después, cuando el adalid decidió que le era perjudicial tal cosa, a la misma bancada puesta en pie aplaudiendo enérgicamente la rectificación de la referida ley. Dado que la dignidad no tiene qué ver en esto, al menos podrían preocuparse por la estética, e imitar la agradable coordinación en el palmeo que se ha visto en las jornadas del último Congreso del partido comunista chino.

El otro fue ver al representante supremo de la bancada parlamentaria Derecha Progresista ponerse en pie, también enérgicamente, para aplaudir a un terrorista sanguinario que, antes de venir a España, ha puesto de “chupa de dómine” a este país y a sus habitantes, los de hoy y los de los cinco siglos anteriores. Pero lo más ilustrativo fue ver el desconcierto de su grey, que no entendía este gesto, y que tardó en comprender que, cuando el jefe lo hace, por algo será. Y, una vez asimilado el concepto —pocos segundos bastaron— se alzó, asimismo enérgicamente, para acompañar el palmoteo en el “tablao”. Tampoco en esto tuvo que ver la dignidad.

Aquello de “por sus hechos los conoceréis”, ahora no se lleva, y el que piense que lo que hagan debe ser el único motivo para juzgarlos, es claramente un asocial peligroso.

Sólo es aceptado tener fe y dejarse conducir.

Pero yo no tengo fe en nadie, sino certezas meditadas y asumidas. Por eso, a mi provecta edad, me veo convertido en revolucionario, ya que:

Creo en la vida, en todas las vidas, desde la del anciano a la del aún no nacido, y creo que nadie puede decir que es un derecho acabar con la existencia de un ser humano.

Y si de existencia hablamos, creo que ese respeto a la vida debe extenderse a todo lo que vive en la Naturaleza, animal o vegetal. Es demasiado maravilloso que exista el soplo de la vida desde el tallo de una brizna de hierba hasta el corazón de una persona desde que empieza a latir.

Creo que la familia, padre, madre e hijos, son el fundamento básico de una colectividad humana.

Creo en una sociedad, una nación y una patria con siglos detrás, respetando y asumiendo cuanto de positivo y negativo hay en esa historia inolvidable.

Creo en la libertad, de acción y de pensamiento, aunque suponga un enfrentamiento con oleadas de conformismo social agresivo.

Creo que la dignidad no es prescindible, porque forma parte de lo que hace humana a la persona y la eleva al nivel de la razón.

Creo en el respeto a la ley justa, pero también creo que hay que rebelarse contra la ley injusta y despótica, porque la Justicia, con mayúsculas, está por encima de la ley si esta es sólo expresión de la violencia del poder sobre el ciudadano inerme.

Creo en el derecho del débil a rebelarse contra el fuerte en toda ocasión, y utilizando los medios necesarios.

Creo que la generosidad y, sobre todo, el respeto, deben ser la base de la relación entre las personas.

Creo que el esfuerzo y el trabajo deben tener recompensa, frente al nihilismo y la ignorancia subvencionada.

Creo que lo mío debe ser mío, y nadie debe imponerme su cesión, salvo que yo lo quiera así.

Creo que muchas veces es más eficaz decir NO que ceder eternamente al poner el diálogo como objetivo absoluto y no como un simple medio para cualquier fin.

Creo que un ciudadano debe participar activamente en el desarrollo de su sociedad, pero teniendo claro que tener mayoría no significa necesariamente tener razón.

Y creo que el ejemplo es siempre más digno de ser tenido en cuenta que la ideología.

Creo en muchas más cosas, algunas mucho más importantes, pero, en consideración a los poco acostumbrados a la lectura comprensiva de los progresistas (¿o regresistas?), lo dejo aquí para que no sea muy largo.

Con todas estas creencias, ¿me puede alguien decir si soy de derechas o izquierdas?
Y, en su caso ¿a la derecha o a la izquierda de quién?